EL AÑO DEFINITIVO
Recuerdo a este
hombre. Recuerdo su barba blanca y su camiseta en rayas azules y blancas. Lee a
Hemingway y bebe café mientras nosotros hablamos sobre la independencia. Dos
días después, Jorge y yo lo dejamos.
La primera nota
apareció un mes después. Estaba pegada por fuera de mi taquilla. El burdo “te
vamos a matar” fue a la papelera. Jaime soltó una carcajada aguda mientras
comprobábamos el candado.
-
Habrá sido algún idiota – dijo él.
Otra nota con un
“de esto no te escapas” apareció en la biblioteca por los finales de diciembre.
Esta vez Jaime me pidió por favor hablar con la bibliotecaria.
-
¿Estabas sentada en este sitio?
-
No.
-
Pero no está dirigida a ti, ¿no?
-
No.
-
Pero le mandaron otra nota hace poco, en su
taquilla – dijo Jaime.
-
¿Dónde está?
-
La tiré.
La bibliotecaria
me aseguró que vigilarían mientras dejaban la nota sobre una pila de libros.
Jaime me acompañó a casa aquella tarde. La luna del parabrisas nos separaba de
la niebla ambarina. Me preguntó si estaba preocupada.
Fuimos a la
policía con la siguiente nota. Era una foto, aparecía el Landrover de Jaime en
el parking de la facultad.
-
Tienes un exnovio con el que lo dejaste
recientemente, ¿verdad?
-
Hace tres meses.
-
¿Qué pasó?
-
Yo no quería continuar con él.
-
¿Le ves capaz de hacer esto?
-
No.
-
¿Seguro?
-
Bueno, podría hacerlo… pero creo que no querría.
Dicen que en la
facultad hay fantasmas. Llegan cadáveres prácticamente todos los días, los
almacenes rebosan de cuerpos en junio. El frío en ciertos pasillos se metía en
los muebles y en las paredes, caía hacia el suelo como jirones de vaho húmedo
brillando con el reflejo aséptico de los fluorescentes.
Jaime me llamó y
me pidió que habláramos. Le dije que no hacía falta. Él me dijo que no quería
dejarlo de esta forma. Ni siquiera habíamos empezado. Mis padres me habían
prohibido ir y volver sola de la facultad. Mis amigas me acompañaban al baño y
al comedor. El pasillo que daba a las taquillas tenía las luces apagadas, sólo
se reflejaba la luz azul de las máquinas expendedoras y un fluorescente lejano.
Aquel día, me llevé los libros a casa.
Jorge me esperó
un día a la salida de clase. Le expliqué toda la historia comiendo. Después de
darme un cleenex me dijo que tenía muy claro que quería volver conmigo. Me
preguntó qué opinaba.
La última nota
que vi, ni siquiera estaba escrita. Jorge y yo íbamos a vaciar mi taquilla en
junio cuando vimos la puerta abierta, aleteando furiosamente. Jorge salió
corriendo hacia el final del pasillo mientras yo hacía una bola con el papel y
lo dejaba caer en la papelera.
Recuerdo a este
hombre. Recuerdo su barba blanca y su camiseta en rayas azules y blancas. La
primera práctica que tuvimos después del verano fue de anatomía, el olor
dulzón, asfixiante y químico del formol. Recuerdo a ese hombre porque está en
mi mesa de disección.
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