Bajamos las escaleras. La sala de suelo de conglomerado años 60 brilla en un tono gélido azulado que lanza una máquina expendedora. El pasillo siguiente es totalmente negro. Los quicios dorados desteñidos que dejamos atrás refulgen. Tanteamos el gotelé buscando un interruptor. Sólo algunas taquillas brillan, las del medio del pasillo.
- Es el escenario de una película de terror -sé que hay un interruptor en alguna parte, hoy lo han encendido. Tres arcos nos separan -, ¿sabes? Creo que podríamos follar aquí sin que nos oyeran. Y sin que prácticamente nos vieran, - ¿cuándo alcanzamos esta familiaridad como para tocarnos en la oscuridad? - aunque creo que entonces seríamos las víctimas perfectas para ser los primeros asesinados - hace frío, más frío que arriba. Cuando las prácticas de anatomía se vuelven tan macabras como torsos cortados, como en aquella pesadilla que tuve en 1º, a veces me planteo si esos espíritus no se quedaran por aquí -. Siempre mueren los que follan y los que se separan.
El fluorescente parpadeó un pasillo grisáceo.
- Coge el cuaderno, los dos libros, la bata y los condones.
- No me has dicho que ya habíais hecho el pulmón.
- No, no lo hemos hecho al final. Ya lo haremos.
- Pues aquí falta un condón. ¿Alguien tiene acceso a la taquilla?
- No, no le he dado las llaves a nadie, bueno, la he abierto al mediodía y se me han caído... te juro que no he hecho nada.
- ¿Por qué crees que dudo de ti?
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El metro en mi estación tiene las paredes blancas y mucha gente a todas horas. Una niña con una pañoleta azul y un chándal rosa desteñido le da a un botón de llamar al ascensor.
- Siento haberle dado.
- Ah, no pasa nada. Es todavía pequeña como para enterarse.
En la entrada al metro, una pareja de chicos jóvenes mira cómo la niña se pone de puntillas y vuelve a darle al botón. Ella tiene los ojos rojos y el pelo sucio. Él aparta una mochila llena y le da besos por unas correderas pálidas en su cara. La única que no mira cómo la niña presiona el botón con insistencia, les mira a ellos.
Todos tantean qué hay debajo de la pañoleta.
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En el fondo, no ha sido así. En el fondo no hemos discutido por el tema de los condones, porque él sabe que sólo los utilizaría para engañarle en una situación de riesgo, y que soy demasiado miedosa para todo el tema de las enfermedades. En el fondo ha sido un día cansado, como todos, y a lo mejor estoy susceptible porque el formol me ha hecho llorar esta mañana, como mi madre algunas noches cuando picaba cebolla. Pero no todas. Pero no he llorado esta tarde.
En el fondo la niña no apretaba con insistencia el botón. La niña tenía ojos de latina. En el fondo, ha agarrado la mano de su madre y le ha dicho "mamá, quiero ir contigo. Vámonos". Su manita desaparecía frente a las paredes blancas del metro, siendo arrastrada por las manos oscuras de su madre.
En el fondo no creo en los espíritus. Pero esa pesadilla sí que existe. En esa pesadilla soñaba con un torso putrefacto sobre una mesa de operaciones. Todos tenían partes purulentas del cuerpo humano, la mía era un torso informe y verdoso, como una masa podrida que una vez tuvo forma humana. Cuando me acercaba con el bisturí semiescondido y pinchaba en una de sus escaras, se abría. El contenido de la caja torácica se vertía de golpe, salpicándome de una pasta verdosa. Supongo que tenía miedo a los cadáveres. No entiendo por qué hoy al ver un cuerpo cortado a la altura de las cejas y a la altura del pecho no he llorado. Sólo cuando me ha dado el formol.
En el fondo tenía una entrada mejor que esta. Sobre el sistema respiratorio y las muertes silenciosas.
En el fondo tengo mucho que contar, pero soy incapaz de ponerle sentido a nada.
El condón que faltaba estaba en mi mesilla.
Algo cutre que suena a Amy Hempel, The Harvest.
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