viernes, 18 de noviembre de 2011

El año definitivo

Este es un relato que escribí para mis clases de literatura pero que no mandé. ¿Por qué? Porque no hacía honor al título que nos habían pedido. A ver qué os parece. Me gustaría, - si alguien se lo lee -, que me dijera de qué le parece que trata; es decir, si pudiera decir qué intenta de expresar.


EL AÑO DEFINITIVO

Recuerdo a este hombre. Recuerdo su barba blanca y su camiseta en rayas azules y blancas. Lee a Hemingway y bebe café mientras nosotros hablamos sobre la independencia. Dos días después, Jorge y yo lo dejamos.
La primera nota apareció un mes después. Estaba pegada por fuera de mi taquilla. El burdo “te vamos a matar” fue a la papelera. Jaime soltó una carcajada aguda mientras comprobábamos el candado.
-          Habrá sido algún idiota – dijo él.
Otra nota con un “de esto no te escapas” apareció en la biblioteca por los finales de diciembre. Esta vez Jaime me pidió por favor hablar con la bibliotecaria.
-          ¿Estabas sentada en este sitio?
-          No.
-          Pero no está dirigida a ti, ¿no?
-          No.
-          Pero le mandaron otra nota hace poco, en su taquilla – dijo Jaime.
-          ¿Dónde está?
-          La tiré.
La bibliotecaria me aseguró que vigilarían mientras dejaban la nota sobre una pila de libros. Jaime me acompañó a casa aquella tarde. La luna del parabrisas nos separaba de la niebla ambarina. Me preguntó si estaba preocupada.
Fuimos a la policía con la siguiente nota. Era una foto, aparecía el Landrover de Jaime en el parking de la facultad.
-          Tienes un exnovio con el que lo dejaste recientemente, ¿verdad?
-          Hace tres meses.
-          ¿Qué pasó?
-          Yo no quería continuar con él.
-          ¿Le ves capaz de hacer esto?
-          No.
-          ¿Seguro?
-          Bueno, podría hacerlo… pero creo que no querría.
Dicen que en la facultad hay fantasmas. Llegan cadáveres prácticamente todos los días, los almacenes rebosan de cuerpos en junio. El frío en ciertos pasillos se metía en los muebles y en las paredes, caía hacia el suelo como jirones de vaho húmedo brillando con el reflejo aséptico de los fluorescentes.
Jaime me llamó y me pidió que habláramos. Le dije que no hacía falta. Él me dijo que no quería dejarlo de esta forma. Ni siquiera habíamos empezado. Mis padres me habían prohibido ir y volver sola de la facultad. Mis amigas me acompañaban al baño y al comedor. El pasillo que daba a las taquillas tenía las luces apagadas, sólo se reflejaba la luz azul de las máquinas expendedoras y un fluorescente lejano. Aquel día, me llevé los libros a casa.
Jorge me esperó un día a la salida de clase. Le expliqué toda la historia comiendo. Después de darme un cleenex me dijo que tenía muy claro que quería volver conmigo. Me preguntó qué opinaba.
La última nota que vi, ni siquiera estaba escrita. Jorge y yo íbamos a vaciar mi taquilla en junio cuando vimos la puerta abierta, aleteando furiosamente. Jorge salió corriendo hacia el final del pasillo mientras yo hacía una bola con el papel y lo dejaba caer en la papelera.
Recuerdo a este hombre. Recuerdo su barba blanca y su camiseta en rayas azules y blancas. La primera práctica que tuvimos después del verano fue de anatomía, el olor dulzón, asfixiante y químico del formol. Recuerdo a ese hombre porque está en mi mesa de disección.

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